jueves, 28 de enero de 2010

Algunas notas histórico-arquitectónicas sobre el templo parroquial de San Cristóbal Tepeojuma, Puebla[1]

Arqlgo. Raúl Martínez Vázquez


La antigua Tepexuxuma, es hoy día una población cuyas principales actividades económicas son la agricultura y el comercio, sobre todo esto último al ser atravesada la población por la carretera federal 190 o Panamericana. Precisamente muchos de los automovilistas que pasan por el pueblo se detienen en los múltiples puestos que hay a orilla de la carretera a comprar principalmente elotes y caña de azúcar en trocitos, situación que se ha vuelto todo un referente de la población hacia el exterior.

Son pocos los datos que se conocen de los orígenes del asentamiento aunque para la época de dominio azteca de la región se encontraba íntimamente ligada al señorío prehispánico de Teonochtitlan, adyacente a Tepeojuma y cuyo topónimo aparece en los códices Mendocino y la Matricula de Tributos. De acuerdo a la Suma de Visitas[2] Tepexuxuma, contaba con seis barrios o estancias denominadas Xiconcoaque, Chalman, Comallan, Xilotzingo, Quaquilguacan y Copaguacan, constituyendo la separación entre ésta y Teonochtitlan el río que venía de Atrisco (el río Nexapa). No queda claro si ambos asentamientos formaban una sola unidad política o eran señoríos independientes, no obstante que la referida Suma de Visitas menciona que tanto Tepexoxuma como Teonochtitlan tributaban juntos a los mexicas (al igual que el asentamiento de Teucan, el actual Teyuca).

Además se sabe que los naturales de Tepeojuma propusieron al conquistador español Diego de Ordaz, tras acompañarlo al interior del volcán Popocatépetl, hacerlo su señor mediante el matrimonio con una mujer de la nobleza local (Cepeda, 2004:11). A pesar de lo anterior, se conoce que el primer encomendero de Tepeojuma fue Martín de Calahorra y no Ordaz como hubiera sido lo más natural (Gerhard, 2000:165). Por razones desconocidas al parecer Teonochtitlan deja de figurar en los registros históricos para 1548 siendo Tepeojuma la que pasa a ocupar su lugar (Ibídem: 167).

De los edificios religiosos de la antigua Coatlalpan, la actual parroquia de San Cristóbal es uno de los que más ha sufrido modificaciones arquitectónicas, a pesar de lo cual todavía se notan ciertos rasgos que evidencian características peculiares de sus distintas etapas de construcción. En sus respectivos trabajos acerca de arquitectura virreinal religiosa los historiadores norteamericanos George Kubler y Robert Mullen, dedican varias líneas a comentar rasgos de este inmueble, sobre todo en el entendido de que la iglesia fue originalmente de tres naves y se considera como la única que tuvo bóvedas en lugar de techo de madera como en otros casos similares de iglesias de ese tipo (Kubler, 1992: 344); aunque no detalla sobre el caso en cuestión, otro historiador norteamericano, John McAndrew hace notar la necesidad de que un historiador del arte visite el conjunto arquitectónico (McAndrew, 1965:132).

De acuerdo al testimonio de la visita pastoral realizada al pueblo de Tepeojuma en 1926 por el entonces Arzobispo de Puebla, Pedro Vera y Zuria, la iglesia fue construida por los franciscanos y tuvo bóvedas de nervadura, las cuales se cayeron por lo cual fueron remplazadas por techos de madera, estando latente dicha reconstrucción cuando el prelado angelopolitano visitó el pueblo (Vera citado por Kubler, 1992:344); sobre la filiación franciscana del templo tanto Kubler como Mullen coinciden que esto es improbable. Se tiene noticia que el primer antecedente de la presencia evangelizadora en Tepeojuma no corresponde al clero regular sino a un sacerdote secular quien para el año de 1570 se hacia cargo de una parroquia dedicada a Asunción (San Cristóbal) y el cual además otorgaba servicios religiosos a los pueblos de Aguatlan, Epatlan y Teupantlan (Gerhard, 2000:166); las pesquisas del arzobispo Vera y Zuria en los archivos de Tepeojuma dan a conocer que el párroco secular para 1570 se llamaba Gaspar Montaño (Vera citado por Kubler, 1992:344). Antes de pasar a describir de manera sintética el edificio parroquial de Tepeojuma conviene mencionar un hecho relevante sucedido en el conjunto religioso: durante una visita pastoral que realizaba en 1699 al pueblo de Tepexoxoma, el entonces Obispo de la Puebla de los Ángeles, don Manuel Fernández de Santa Cruz, falleció en dicho lugar (Galí,1999: 72).

Ubicado en el lado oriente de la plaza principal, el acceso al atrio almenado de la iglesia es mediante una arcada real de tres vanos (al parecer ésta es de manufactura reciente); en cuanto al templo éste se encuentra orientado en su eje poniente-oriente, con la fachada hacia el oeste. La portada del templo es de cantera labrada y su composición es similar a la portada de la iglesia conventual de Santo Domingo en Izúcar, aunque de menor tamaño; se integra por dos cuerpos, el primero lo constituye el acceso del templo, mediante un arco de medio punto flanqueado por pilastras; el friso que corona el arco se encuentra decorado con triglifos y metopas, destacando en estas últimas elementos en forma de rombos; una cornisa dentada separa este primer cuerpo del segundo, el cual tiene como elemento central la ventana coral de forma rectangular con pilastras a sus lados. La ventana se encuentra flanqueada por dos elementos curvos descendentes, que finalizan en pináculos adosados a la pared; el coronamiento de la ventana es similar en las formas al friso del primer cuerpo pero con los rombos más verticales; sobre el friso hay un frontón triangular roto, que al centro tiene labrados los siguientes motivos: la tiara papal de tres coronas, una cartela con inscripción de forma oval y sobre ésta un casco de soldado con plumas; al lado de la composición antes descrita, sobre el frontón existen unos copones adosados al muro; se debe mencionar que se trató de descifrar lo que dice la inscripción pero en ninguno de los acercamientos fotográficos que se tomaron se pudo leer.

En el paramento donde se ubica la fachada antes descrita es evidente que el remate de la misma fue alguna vez triangular, pues hay una moldura que delimita dicha forma geométrica; a los lados de la fachada hay dos ventanas mas que dan iluminación al interior del recinto, las cuales junto con la forma triangular antes mencionada de alguna manera suman elementos a lo aseverado tanto por Kubler y Mullen, en el sentido de que la iglesia fue originalmente de tres naves. En la actualidad, la planta de la iglesia es en forma de cruz latina, con una cúpula moderna en el crucero; en realidad sabemos poco de cuando se realizaron estas adiciones al templo, por lo cual será necesario indagar al respecto.

Las distintas etapas constructivas de este templo son evidentes en el lado norte del mismo, donde se distingue lo que alguna vez fue uno de los brazos del crucero original, contrafuertes incompletos, vanos tapiados así como notables diferencias en los materiales y el acomodo de los mismos; Mullen hace un detallado análisis de las partes en ruinas del templo, comparando con lo que todavía seguía en pie cuando el conoció la iglesia en 1968, concluyendo que cuando la iglesia tuvo una planta cruciforme esta fue más alta que la nave actual; además el norteamericano observa en la configuración del coro los remanentes de las posibles tres naves y hace una comparación de medidas con el caso de la iglesia de tres naves de Cuilapan, con la cual encuentra similitudes por las proporciones de ambos templos, 4.0 para la iglesia oaxaqueña y 4.1 para Tepeojuma (Mullen, 1975:87-91).

Con la salvedad de hacer una investigación más profunda del caso de Tepeojuma en un futuro cercano, hay algunos puntos en los que no se coincide con Mullen, fundamentalmente en el punto de que la iglesia tuvo al mismo tiempo las tres naves y la planta cruciforme o en que las bóvedas nervadas del santuario que él fotografió durante su visita eran una construcción moderna con el estilo dominico; el asunto de si Tepeojuma fue o no una visita del cercano convento dominico de Izúcar también es otra cuestión discutible sobre todo considerando las características del templo y que Mullen da por hecho lo mencionado por el sacerdote Elías Marcus Olmedo, encargado de Tepeojuma en 1968 cuando el norteamericano lo conoció, acerca de que fue visita de Santo Domingo Izúcar.

Mullen maneja la posibilidad de que el templo de San Cristóbal se haya comenzado a edificarse tan temprano como lo es la década de 1540, pues para dicha década el monasterio de Izúcar ya se encontraba bien establecido y el uso de la planta cruciforme ya podía rastrearse desde 10 años antes (Ibídem, 1975:91); si bien aun falta investigar mas sobre el caso, diferimos de lo anterior pues un proyecto de las dimensiones de San Cristóbal no podría haberse dado antes del convento actual de Izucar cuya construcción comenzó alrededor de 1552, seria poco probable que un templo de visita, de grandes proporciones se empezara a edificar antes que el del convento principal de la antigua región de la Coatlalpan.

De la observación preliminar de la parroquia de San Cristóbal, nos inclinamos a pensar más bien en la presencia de por lo menos tres etapas constructivas, de las cuales la más antigua presumiblemente pudo haber sido la de tres naves; de lo que se observa el muro norte de la nave, llama la atención la existencia de una ventana tapiada, la cual deja ver que era geminada, una particularidad que no existe en ningún otro templo de la zona de Izúcar.

Como hemos venido comentando aún hace falta mayor investigación tanto documental como en el propio templo, por lo cual esperamos este sea un primer paso para una relación fructífera con el párroco, los fiscales y la comunidad, para seguir realizándola; como se ha visto en estas líneas el templo de San Cristóbal ha sido foco de atención de connotados investigadores de la arquitectura virreinal, por lo cual aun hay mucho que decir, de allí la importante responsabilidad de poder conservar este inmueble para las futuras generaciones.

BIBLIOGRAFÍA

& CEPEDA Cárdenas, Gerardo, El Izúcar indígena, Puebla, H. Ayuntamiento de Izúcar de Matamoros-Centro Estatal de Desarrollo Municipal, 2004.

& GALÍ Montserrat, “El patrocinio episcopal en la ciudad de Puebla: el caso del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz (1677-1699)” en Actas del III Congreso Internacional del Barroco Americano, Sevilla, Universidad Pablo de Olavide, 2001, pp. 71-90.

& GERHARD, Peter, Geografía Histórica de la Nueva España 1519-1821, México, UNAM, 2000.

& KUBLER, George, Arquitectura Mexicana del siglo XVI, México, FCE, 1983.

& McANDREW, John, The Open-air Churches of the Sixteenth Century México, Cambridge, Harvard University Press, 1965.

& MULLEN, Robert James, Dominican Architecture in 16th Century Oaxaca, Phoenix, Center for Latin American Studies Arizona State University-Friends of Mexican Art, 1975.



[1] El presente trabajo es un extracto preliminar de la investigación que el autor se encuentra realizando sobre la conservación del patrimonio arquitectónico religioso de la región de Izúcar, Puebla; surge por la petición expresa del párroco actual de Tepeojuma y de los fiscales para dar a conocer a la comunidad datos sobre su templo.
[2] La Suma de Visitas es un documento colonial de la primera mitad del siglo XVI, en donde se hace la descripción de varios pueblos de la Nueva España.

domingo, 17 de enero de 2010

Réquiem por una tradición: Francisco Flores y los Árboles de la Vida

En mayo de 2009 recibí la fatídica noticia por parte de mi buen amigo el cronista de Izúcar Manuel Sánchez Cruz, de que el artesano Francisco Flores había fallecido; para quien no lo sepa “don Panchito” era el ultimo eslabón de una larga tradición familiar dedicada a la elaboración de artesanías en barro policromado de Izúcar; y digo el último eslabón por que él mismo comentaba que ninguno de sus descendientes había aprendido del todo a trabajar el barro (sus hijas le ayudaban a pintar sus trabajos).

Varias veces comenté con el cronista Sánchez de lo lamentable que sería cuando don Panchito se nos adelantara en el camino pues con él se acabaría toda una tradición en la elaboración de los famosos Árboles de la Vida y en general de las artesanías de barro policromado, y desgraciadamente sucedió. Aunque el trabajo del señor Flores no era tan difundido como el de la familia Castillo (cuyos integrantes han llevado el trabajo del barro policromado a ser reconocido no sólo en el país sino allende de las fronteras), constituía un estilo más tradicional y que remitía de alguna manera a la plástica prehispánica. Si bien no podría decir que soy un conocedor del arte popular y la artesanía de nuestro país y que en realidad conocí poco al señor Flores, no por ello no dejo de lamentar el suceso, sobre todo bajo el entendido de que la tradición del barro policromado de nuestra ciudad de Izúcar constituye un patrimonio inmaterial que muy pocos izucarenses conocen y por lo mismo no valoran del todo.

No obstante debo decir que fui privilegiado al conocerlo a él y a su trabajo, por lo cual esta pequeña introducción sirve para poner al alcance de los cibernautas que naveguen en la red, una traducción libre hecha por su servidor, de un articulo publicado en el 2003 por el Museo Fowler de Historia Cultural de la Universidad de California en Los Ángeles, en donde los antropólogos Elizabeth Snoody y Luis Fernando Rodríguez, dan cuenta acerca de los artesanos izucarenses dedicados a fabricar los famosos Árboles de la Vida; la obra editorial fue consecuencia de una exposición de arte popular mexicano en dicho museo, el cual cuenta con piezas de Izucar entre sus colecciones.

El articulo en cuestión se encuentra publicado en inglés en una obra mas amplia donde se hace un recorrido por la historia, la tecnología y los artesanos involucrados en la fabricación de este tipo de piezas, reconocidas no solo en México sin en varias partes del extranjero. Yo tuve la oportunidad de consultar el referido libro en la biblioteca personal de mi buen amigo Manuel Sánchez, quien por cierto contribuyó al trabajo de los colegas antropólogos Snoody y Rodríguez, y además fue uno de los más entusiastas promotores del trabajo de don Panchito y en general de las artesanías izucarenses. Como bien dice don Manuel, haciendo referencia a la obra de la universidad estadounidense, allí se comprueba, que Izúcar es la cuna de los Árboles de la Vida.


Si bien en mi opinión hay algunas cosas en las que no estoy de acuerdo del ensayo, no por eso deja de ser relevante ponerlo al alcance de un mayor número de personas, sobre todo de Izúcar; con esto se aprovecha el trabajo que significó traducirlo como parte de los materiales que estoy utilizando en algunas investigaciones personales sobre el patrimonio cultural de nuestra comunidad izucarense; sin embargo debo reconocer que no soy un experto en traducciones y es la primera vez que completo un articulo, por lo cual es una trabajo libre con meros propósitos de divulgación; la traducción se encuentra en PDF y aunque hace referencia a fotos en el libro, es únicamente el texto; espero que disfruten del articulo, que de alguna manera es un sencillo homenaje a don Panchito, quien donde quiera que esté, esperemos siga trabajando el barro.