La
riqueza patrimonial del municipio izucarense, que en cuanto a la parte arquitectónica
se ha visto dañada por el sismo del 19 de septiembre del año pasado, es variada,
pero a la vez desconocida o poco apreciada en algunos de sus ámbitos. Si se
pudiera mencionar algún elemento de nuestra riqueza cultural, que haya
trascendido más allá de nuestra tierra, este sin duda sería el barro
policromado y en segundo lugar las piezas arqueológicas de características
olmecas de la localidad de Las Bocas. De ambos casos se podría escribir mucho
pero, en este texto se tratará de insertar un parte de nuestro patrimonio
cultural en un contexto histórico artístico de alcance mundial: el Barroco;
pintura, escultura, arquitectura, entre otras manifestaciones se reconocen como
parte de este movimiento artístico y social. En nuestro país la mayoría de esas
obras han quedado en los templos, conventos y recintos religiosos, formando
parte del llamado “arte sacro” que hoy día más allá de sus significados espirituales,
también es una veta de atracción para el denominado turismo cultural.
Nuestra
heroica cabecera municipal cuenta con 19 templos cuya construcción data de los
tiempos virreinales, en los cuales en menor o mayor medida se han preservado
testimonios barrocos tanto en fachadas, esculturas o pinturas, que no sobra
decir a veces han pasado desapercibidas ante nuestros ojos, sobre todo si no
tienen algún valor devocional o litúrgico. Hace algunos meses tuve contacto con
el Mtro. Alejandro Andrade, historiador del arte poblano, quien me preguntó
sobre una pintura del templo parroquial de Santo Domingo, la cual había
considerado para una magna exposición sobre uno de los pintores más destacados
de la época novohispana en México: Cristóbal de Villalpando; se platicó sobre
las implicaciones logísticas, los permisos necesarios y las autoridades que
había de convencer; le compartí una foto de la obra en cuestión pues para ese
momento ya se había movido de su sitio original por el sismo y había que
esperar lo conducente. Pasó el tiempo y llegó el momento de cabildear por parte
del personal del museo con las autoridades religiosas tanto en Izúcar como en
la ciudad de Puebla y por el último el convencimiento de los mayordomos de los
barrios izucarenses, quienes dieron el sí para que el óleo saliera de manera
temporal del antiguo templo conventual dominicano.
La
obra en cuestión no es propiamente de Villalpando pero contribuye a entender su
trabajo en Puebla, puesto que fue elaborada por otro gran pincel novohispano:
Baltazar de Echave Rioja, quien fue el maestro de Villalpando. Echave, el
tercero de una dinastía de pintores, es el autor de una serie de grandes oleos
que decoran la Sacristía de la catedral de Puebla y se conservan otras de sus
obras en el Museo Nacional de Arte de la ciudad de México. La pintura de Izúcar
es el “Lavatorio de pies”, fechada en 1681 y corresponde con otra más, “La
ultima cena”, las cuales ocupan los muros laterales de la capilla del Sagrario
de la parroquia de Santo Domingo; no sobra decir que ambas joyas se salvaron
del incendio que afectó al inmueble en 1939 y que su elaboración fue encargo de
los frailes dominicos quienes a finales del siglo XVII aún no habían dejado el
templo y su convento anexo. Si bien la pintura de la cena, no es parte de la exposición
fue llevada al museo pues la idea es que se incorpore o bien forme parte de
alguna muestra futura, pero lo mejor es que ambos tesoros recibirán tratamientos
de conservación antes de regresar de nuevo a Izúcar dentro de algunos meses.
Sin duda
la participación de una obra del patrimonio cultural izucarense en una exposición
de este nivel es algo inédito sin ningún precedente, por lo cual es un motivo
de orgullo para todo Izúcar y sobre todo un pretexto para conocer el Museo
Barroco en caso de no haber acudido; en la muestra hay trabajos de Villalpando
provenientes de espacios como el templo del Carmen o la catedral poblana,
destacando la monumental “Transfiguración”, obra que hace unos meses estuvo en
Nueva York. Un reconocimiento para el
párroco de Santo Domingo, el Sr. Cango. Santiago, para nuestros mayordomos,
para el curador Alejandro Andrade, para Pablo Frankel y la gente del Museo
Barroco, pues han contribuido a este hecho sin precedentes para Izúcar. Si pasó
desapercibida la pintura para sus ojos, ahora la conocerán y si ya la habían visto,
la verán de manera diferente; más allá de su contenido religioso y lo que
conlleva, también su matiz artístico, la luces y sombras, la vestimenta, los
rasgos anatómicos ayudarán a entender el Barroco, del que también fue parte la
Heroica Izúcar de Matamoros.