*Reseña leída durante la bendición de los trabajos de restauración el 30 de marzo de 2015 y contando con la presencia de Mons. Víctor Sánchez Espinosa, Arzobispo de Puebla.
Mucha
de la historia y de sus protagonistas en nuestra ciudad han pasado por los macizos y gruesos muros del
exconvento de Santo Domingo, edificio con poco más de 400 años de antigüedad y
que para nuestra alegría sigue tan “vivo” como cuando los frailes dominicos con
el trabajo de los nativos de la entonces Itzocan lo edificaron. No fue una
casualidad que los hijos de Santo Domingo seleccionaran Izúcar para construir
su convento, la ciudad, porque el mismo Hernán Cortes así la describe, era un
importante centro comercial y bastión del poderoso imperio azteca. Los
documentos de la orden dominica enlistan de manera oficial al convento para
1541 siendo su primer vicario o encargado Fray Luis Rengifo, aunque se sabe que
el primer religioso que estuvo en estas tierras fue Fray Francisco de Mayorga.
Para 1550 se concede un repartimiento de indígenas para construir el edificio
que actualmente vemos pero sin duda ya había una construcción previa, de la
cual contamos con restos arqueológicos conservados bajo algunos cristales a
manera de ventanas en ciertos puntos del actual convento. Reporta el cronista
dominico Hernando de Ojea que quien dirigió la obra constructiva fue un
religioso también Fray Juan de la Cruz, a él también le atribuye la dirección
de los conventos de Tetela del Volcán y Coyoacán. De Izúcar el influjo dominico
se extendió por toda la región, testimonios de esto son los restos de antiguos
conventos que todavía podemos observar en Tepapayeca (Tlapanalá), Tilapa, y
Ahuatelco (Cohuecan). Para mediados del siglo XVII ya pasada la época propia de
evangelización, el convento izucarense quedó insertó en la provincia poblana de
San Miguel y los Santos Ángeles, de esta época data la sorprendente galería
pictórica con personajes de la orden de Predicadores que enseñorea el claustro.
Para 1755 los frailes deben dejar el convento y la parroquia, que entonces era
denominada de naturales, en manos del clero de la diócesis angelopolitana, el
primer párroco secular fue don Andrés Pérez de Velazco. Al ya no haber una
comunidad viviendo el edificio resultó grande para las necesidades de un
párroco y su familia y por ende los usos se diversificaron. Ya para el siglo
XX, el convento fue utilizado como cuartel militar y en dos épocas como
escuela, a cargo de religiosas franciscanas y josefinas; también se sabe que
por algunos años las religiosas compartieron el inmueble con los militares. El
incendio del templo en diciembre de 1939 representó un momento triste para los
izucarenses, los daños fueron cuantiosos pero nulos en la antigua parte
conventual; en la reconstrucción del decorado de la otrora iglesia dominicana
se destaca el liderazgo del cura don Arturo Márquez Aguilar, de feliz memoria
para Izúcar. Desde hace varios años el uso primordial del edificio ha sido
servir como sede del trabajo de evangelización de los grupos parroquiales,
siendo de uno de ellos la Adoración Nocturna del que surge la primera
iniciativa formal para rescatar la riqueza arquitectónica y artística del
convento. En 2010 se realizó una primera etapa de restauración y entre el año
pasado y éste se ejecutaron dos más, con las cuales mediante un trabajo
profesional y supervisado en todo momento por el INAH se ha devuelto mucho del
esplendor que debió haber tenido la casa dominica de Izúcar; podemos seguir
comentando más de la historia y arte plasmado en sus pisos, muros y techos pero
es mejor verlos en vivo. Hoy debemos sentirnos orgullosos por estos trabajos
pero sobre todo comprometidos a cuidarlos, este bello lugar fue levantado para
gloria de Dios y hoy su uso primordial debe seguir siendo ese, pero sin olvidar
que como un patrimonio de los izucarenses y de los mexicanos también es
importante que se conozca, pues de esta manera seguirá siendo un medio de
evangelización tal como lo pensaron aquellos pioneros frailes dominicos.